Ser o no ser, beber o no beber. Los demonios, lo demoniaco. En Malcolm Lowry podrían llamarse demonios esas inquietudes, innatas y esenciales a todo hombre de genio, que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental.
Es como si la naturaleza hubiera dejado una pequeña porción de aquel caos primitivo dentro de los espíritus como éste y esa parte quisiera volver al elemento donde salió: a lo ultrahumano, a lo abstracto. Los demonios son, en Lowry, ese fermento atormentador y convulso que empuja su ser, por lo demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta la anulación misma. Es lo que Lowry experimentó en Bajo el volcán.
Es como si la naturaleza hubiera dejado una pequeña porción de aquel caos primitivo dentro de los espíritus como éste y esa parte quisiera volver al elemento donde salió: a lo ultrahumano, a lo abstracto. Los demonios son, en Lowry, ese fermento atormentador y convulso que empuja su ser, por lo demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta la anulación misma. Es lo que Lowry experimentó en Bajo el volcán.